A lo largo de la formación académica, muchas veces se hace referencia a la época del Renacimiento, un periodo en la historia de la humanidad en el que se gestó un movimiento artístico y cultural en Europa durante los siglos XV y XVI.
El término “Re-nacimiento” evoca al verbo “re-nacer”, pues fue justo en ese momento que después de casi diez siglos de mentalidad cerrada, que se vivió durante la Edad Media, se dio paso a la Modernidad.
La Edad Media también es conocida como un periodo de “años oscuros” que coincide con una época de violencia e irracionalidad. La visión teocéntrica del mundo que imperaba en ese momento se transformó, a través del Renacimiento, en una visión antropocéntrica, en la cual se colocó a la propia persona como medida de todas las cosas.
Hoy en México un grupo de ciudadanos y su servidor vislumbramos que se avecina un cambio de época ligado, más que a un periodo de tiempo, a la necesaria transformación de la mentalidad colectiva. Es decir, a un Renacimiento Mexicano.
Para nadie es una sorpresa que el país está inmerso en una situación compleja, a la cual aqueja una recalcitrante violencia y desigualdad social, producto de una histórica administración pública deficiente que corrompió y resquebrajó el propio tejido social.
Tan solo de enero a julio de 2022, en el país se habían contabilizado cerca de 19 mil homicidios, con un promedio de 85 asesinatos diarios. Incluso la ONG “Save Democracy” ha hecho referencia a que México enfrenta una creciente espiral de violencia criminal desde hace dos décadas, la cual hoy alcanza niveles sin precedentes.
Asimismo, la desigualdad en el país es imperante. De acuerdo con el World Inequality Report 2022, el 10% más rico de los receptores de ingresos en México gana 30 veces más de lo que percibe el 50% que menos gana. En patrimonio, el 10% más rico de la población tiene cerca del 80% de la riqueza del país. Estos datos son acordes a las estimaciones de Coneval que calculan que un 76.5% de la población mexicana vive en condiciones de pobreza o vulnerabilidad.
Aunado a ello, México sigue en los últimos lugares respecto a la información sobre la calidad y la equidad de la educación en el país, así lo señala la Prueba PISA aplicada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en 2018.
Por si ello no fuera poco, una de las principales causas de muerte en la nación son las enfermedades prevenibles, ya que de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) las enfermedades cardiovasculares lideran el listado, seguido de Covid-19 y diabetes mellitus. Esto tiene una relación directa con la mala alimentación que existe en el país y que lo ubica en un consumo de 214 kilos de alimentos ultraprocesados per cápita cada año.
Todos estos sucesos forman parte de un entorno parecido al de la “Edad oscura” en Europa, ya que parten de una clara irracionalidad de la propia persona y de lo que significa la vida en sociedad.
Urge renovar los pactos sociales y el impulso de una nueva convivencia social, entorno a la cual todas y todos los mexicanos podamos tener acceso a un bienestar personal y social.
Este cambio de paradigma está claramente cobijado por una transformación de consciencia, en el que el respeto al medio ambiente, a los derechos humanos, a los valores éticos y, sobre todo, a la propia persona, son preponderantes.
El punto clave es que no vendrá nadie a hacer lo que nos corresponde, debemos ser nosotros punta de lanza de esta revolución en la que hay mucho en juego, ya que de ella depende renacer o bien sucumbir ante un entorno indolente.
Por ello, hoy más que nunca, estoy convencido que estamos listos para dar el paso hacia adelante y empezar con nosotros mismos, cambiando la manera de ver el mundo. Así también, para avanzar rompiendo nuestros propios paradigmas que nos permitan hacer las cosas diferentes y amalgamar una conciencia colectiva.
Pero, sobre todo, debemos estar listos para regresar a lo fundamental y trabajar cooperativamente por un mejor México para nosotros y para las nuevas generaciones.
*IC