El candidato del riesgo
A unos días de la celebración de la consulta de Revocación de Mandato, que cualquiera que sea el resultado se mantendrá el actual gobierno federal, en una revisión de los números de las encuestadoras más influyentes de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador está en su peor cifra respecto a popularidad, un 58 por ciento en positivo y 39 por ciento en negativo.
La cifra positiva es la más baja en todo lo que va de su sexenio, considerando 81 por ciento en febrero 2019 y la cifra negativa es la más alta desde que empezó su gestión.
Al leer los comentarios de todos los encuestadores a lo largo del primer trimestre de 2022, hay tres elementos en común, independientemente de la militancia de cada uno de los demóscopos atendidos:
1.-Es un hecho que la popularidad de López Obrador no ha tocado piso; seguramente, va a ir descendiendo conforme avance lo que queda de su sexenio, pero de ninguna manera significa que será un flan para las elecciones presidenciales que vienen.
2.-Más allá de la lógica de imponer un Maximato, el gigantesco reto de López Obrador es trasladar parte de su popularidad a su candidato, lo que de entrada suena tan complicado que podría optar por apostar su resto a la maquinaria de Estado y aplastar a la oposición, sin importar gran cosa quien sea su delfín.
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3.-A estas alturas, la oposición ya debería traer a su precandidato por todo el país, posicionándolo. Pero no. Y el motivo es sencillo, docenas de perfiles partidistas hay, pero ninguno se acerca remotamente a los momios del presidente de la República.
Esto lleva a la decisión de fondo. Si en 2022 no hay a la vista un solo candidato priista o panista que se presente como el que se echará a cuestas la misión de ganarle a la maquinaria de Estado, entonces hay que buscar al elegido en otro lado.
Lo anterior supone una obviedad, en el sentido que no hay políticos del PRI o del PAN que tengan las cifras de posicionamiento que se requieren para ganarle a López Obrador. Y aquí es donde el pragmatismo debería imponerse, no se trata de colocar a un militante que se ha ganado el derecho a ser candidato.
Lo que se busca es apuntar como candidato a un personaje que por sí solo suponga conocimiento positivo.
Éste último es un punto espinoso. Priistas y panistas con conocimiento popular, los hay por docenas, pero, así como son conocidos, también se les apunta en la lista de los malos, de los corruptos, de los incompetentes y de los que tienen un expediente tan amplio como oscuro.
Tarde o temprano, los líderes de los partidos de oposición deberán reunirse y entender que, así como Demetrio Sodi les convenció de tener la plataforma apropiada para las elecciones presidenciales con La Tercera Vía, ahora deben apuntar al candidato pertinente para que se monte sobre esa plataforma.
La racional señala que, si los candidatos militantes son innumerables pero llenos de negativos en su trayectoria, hay que buscar en la sociedad, en los medios y en otros mundos distantes de la política para encontrar al candidato apropiado.
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En este punto, debe correrse un riesgo monumental, el propio López Obrador ha demostrado claramente que un buen candidato no es un buen presidente y un buen presidente no es un buen candidato.
Ahí está el caso de Vicente Fox, quien fue un estupendo candidato y fue un desastre como mandatario, sin omitir que con él inició la pesadilla de los cárteles subiéndose a las barbas del gobierno.
Hay docenas de personajes sumamente conocidos en el país que encajan sin dificultad en las características requeridas para ser candidatos, la gente los identifica y seguramente jalarían el voto de castigo contra los excesos de la 4T.
El gran peligro es que Fox demostró que el populismo de derecha es tan inefectivo para gobernar como lo es el populismo de izquierda. Sus paradigmas arrasaron en las urnas, pero dieron evidencia de sobra que la incompetencia es un pasivo que a cualquiera arrastra, máxime cuando se está rodeado de asesores que no aconsejan nada más allá de lo que les dicta su ingenio, una maquiladora de ocurrencias.
A la oposición le queda poco tiempo para impulsar a su candidato, aunque no necesariamente tiene que llamarlo así en este momento. Como sea, ya deberían placearlo por todo el país e ir perfilando sus habilidades para la guerra de lodo que le espera.
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López Obrador tuvo tiempo de sobra para construir un sueño que vendió a su numerosa clientela. Nunca trabajó de prisa y se regodeó con los yerros del priismo y del panismo.
Al parecer, la oposición del presidente no entiende que se le acaba el tiempo para impulsar a su candidato.
A menos, claro, que la intención sea nominar a su propuesta de aspirante presidencial hasta que la maquinaria de Estado tamborilee los dedos, esperando la cita con una historia que canta desde ahora el desenlace, el de un Maximato sin oposición probable.
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